El impacto de las TIC y la IA en la vida cotidiana.
Hace 73 años, en 1950, inició la transformación digital con el nacimiento de las tecnologías de la información y comunicación (TIC), ahora indispensables en nuestra vida cotidiana. En esa época, la televisión, la radio, las líneas telefónicas y las máquinas de escribir desataron una revolución y desarrollo en nuestra sociedad. Rápidamente, cerca de 20 años después, los ordenadores personales se instalaron en nuestros hogares. Y en 1980, la red mundial, internet, irrumpió en escena, desbloqueando el acceso al conocimiento en todas sus formas.
Desde 1990 hasta 2023, en tan solo 33 años, la vida análoga de las personas dio un giro radical con la irrupción de nuevas experiencias digitales. Ahora, en nuestro día a día, cohabitan con nosotros la telefonía móvil, los dispositivos móviles inteligentes, las plataformas de redes sociales, la computación en la nube, la inteligencia artificial, el internet de las cosas (IoT) y la exploración espacial con naves y telescopios como el James Webb.
Lo que una vez fue considerado ciencia ficción, como lo vimos en la serie animada Los Supersónicos en los años 60, hoy, en 2023, es parte de nuestra rutina diaria. Nuestras experiencias digitales ya no nos sorprenden: nos hemos adaptado a los móviles inteligentes, los autos autónomos, los drones de reparto y nuestra hiperconexión.
En nuestra sociedad, la tecnología es omnipresente, aunque a veces no seamos conscientes de ello. Por ejemplo, el Ministerio de Educación utiliza el Sistema de Admisión Escolar (SAE), un algoritmo que pone fin a la segregación al asignar colegios a los estudiantes. Otro ejemplo es la Clave Única, un proceso de digitalización que identifica de manera única a los ciudadanos en diversos trámites y procesos burocráticos. Además, el sector privado también contribuye con la educación a distancia, el trabajo remoto, el comercio electrónico y la telemedicina. Si nos detenemos a pensar, son muchos los servicios digitales que nos rodean en nuestra rutina diaria y sería difícil imaginar la vida sin ellos en la actualidad.
Paralelamente a las TIC, en 1950 comenzó el desarrollo de la Inteligencia Artificial (IA) con el objetivo de explorar la posibilidad de crear sistemas y programas informáticos capaces de emular la inteligencia humana, liderado por el matemático John McCarthy. En los últimos 73 años, los avances en IA han sido sutiles pero identificables en cámaras de reconocimiento facial, asistentes de voz, máquinas que juegan al ajedrez y motores de búsqueda como Google. También en la robótica, con sistemas complejos que identifican patrones para interpretar la información.
En el año en curso, 2023, con la llegada de Chat GPT y la tecnología avanzada de redes neuronales, se cumple la promesa inicial de “emular la inteligencia humana”. En un lapso de apenas 5 meses, surgen diversas dudas acerca de la IA: ¿Hemos dado vida a la inteligencia artificial o simplemente son datos que responden a patrones? ¿Perderemos una gran cantidad de empleos debido a la automatización? ¿Es ético implementar la Inteligencia Artificial en los sectores de educación o salud? ¿Cómo se entrena la IA para evitar sesgos y discriminación? ¿Cuáles son los límites éticos de la IA?
Numerosas interrogantes se ciernen sobre la Inteligencia Artificial (IA). Es innegable que ya constituye un elemento esencial de nuestra vida cotidiana y se hace indispensable abordar su regulación desde un enfoque político. Resulta vital entender que la IA no es una tecnología estática, sino una compleja red de neuronas artificiales que continuamente analizan, generan respuestas, crean y combinan información, impulsando constantemente la innovación. Más específicamente, la IA desempeña el papel de un colaborador artificial altamente inteligente, que ha emergido para simplificar la vida laboral, aunque todavía nos enfrentamos al desconocimiento de sus potenciales riesgos.
Para concluir, es impresionante el rápido progreso de las TIC y la evolución de la Inteligencia Artificial, que ha permitido mejorar significativamente nuestra calidad de vida. Sin embargo, es vital ser conscientes de que la tecnología aún no es inclusiva y que la falta de conocimiento genera brechas de desigualdad digital. Según la OCDE, el 42% de los ciudadanos chilenos no poseen las herramientas básicas de digitalización, lo que implica la ausencia de acceso a servicios educativos, sanitarios, laborales y gubernamentales. Actualmente, la falta de competencias digitales contribuye a la perpetuación de la pobreza a través de la desigualdad digital. Por lo tanto, es esencial que todos tengan la oportunidad de aprender y que seamos empáticos y conscientes de cómo podemos contribuir al desarrollo de las habilidades digitales de las personas.
Freddy Moreno Minda
Comunicador Digital, Magíster en Educación.